“Gracias Hermanas Vicentinas, por haber sido hermanas, madres, amigas, acompañantes”

Mensaje del obispo José Corral ante la partida de las Vicentinas.

Este 27 de mayo de 2020 quiero escribir a toda la comunidad diocesana de Añatuya para compartirles que hoy era el día previsto para celebrar juntos una misa de acción de gracias por la presencia, misión y testimonio de las Hijas de la Caridad, Hermanas Vicentinas, por todo el bien que han hecho por tantos años, 56 años, a nuestra iglesia y sociedad.
Habíamos propuesta esta fecha junto con las hermanas e invitado a sus superioras para poderles expresar nuestra gratitud, elevar juntos una súplica al Padre y compartir la Eucaristía.

Por las circunstancias sabidas no es posible hacerlo por ahora y seguramente tendremos la oportunidad de concretarlo más adelante. Así también lo han preferido las hermanas y su partida aún se extenderá por unas semanas más.

Estamos tristes por su despedida, reconocemos su hermosa trayectoria y generosa labor desplegada por estas tierras, pero comprendemos los desafíos de la Congregación y de la reestructuración de comunidades que hoy les pide este paso. Sepan que les dejamos las puertas siempre abiertas para que vuelvan, aunque sea para visitarnos cuando puedan.

Días pasados, la hermana Rosa nos ha regalado una síntesis del precioso aporte a la evangelización y a la caridad que Dios ha podido hacer por su intermedio, un servicio que ha abarcado a varias generaciones y ha alcanzado a muchas personas en los diferentes espacios que se les pidió su atención donde fueron pioneras: Hospital de Añatuya, la Escuela “Medalla Milagrosa”, Capilla “Santa Rosa”, Hogar Geriátrico “Santa Rosa”, Residencia Juvenil “Medalla Milagrosa”, Hogar de Niños “Santa Catalina Labure”, Hogar “San Vicente de Paul”, Escuela Especial “Santa Margarita”, Escuela “San Vicente de Paúl”.

No solo las hemos visto en estos espacios sino también entre los enfermos, en las casas de familia y en los barrios, en la catequesis y alfabetización de adultos, en la evangelización y promoción humana que día a día nos convoca. En un par de hojas no se puede contener tanta vida sembrada, tanta entrega brindada, tanto amor donado. Muchos son testigos de todo ello y muchos han percibido en sus propias vidas la gracia de Dios que nos ha llegado por estas mujeres de Dios, hermanas de los pobres, consagrados de la Iglesia.

Desde su llegada a Añatuya de la mano de Mons. Jorge Gottau, y de modo silencioso, humilde y constante han vivido entre nosotros; han sabido mantener encendida la lámpara de la fe y de la caridad; nos han enriquecido con su carisma vicentino y muchos laicos han bebido de esta copa rebosante, quedando prendido sus corazones con su fuego.

Gracias Hermanas Vicentinas, por haber sido junto a nosotros hermanas, madres, amigas, acompañantes y porque como cristales han permitido que la luz del Evangelio hecho vida llegue hasta este rincón de nuestra patria. La Providencia de Dios las trajo hasta aquí y a ella confiamos su camino y futuro, damos gracias por las hermanas que han pasado por las comunidades de Añatuya, pedimos por el eterno descanso de las fallecidas y les expresamos a toda nuestra infinita gratitud.

Las obras iniciadas por las vicentinas siguen su curso, muchas bajo la conducción de laicos que las han asumido con compromiso, responsabilidad y entusiasmo; ahora igualmente lo haremos, con el favor de Dios, en el Hogar de los Abuelos.

Pedimos a Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, San Vicente y Santa Luisa, que las bendiga y que bajo su mirada sigan sus huellas repartiendo amor, tendiendo puentes de solidaridad y anunciando la Buena Nueva del Evangelio allí donde sean destinadas.

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